Dra. Lily Kassner


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Dra. Lily Kassner

 

 

Zesatti: Poesía Muda

2003

 

 

Tanto para la creación como para la contemplación del arte, es requisito previo el conocimiento, hasta donde sea posible, del proceso de la producción del mismo.

En base al acervo de esta exposición individual, nuestro acercamiento al arte de Armando Zesatti, pintor de portentosas imágenes campestres, oriundo de la ciudad de México, inserto en la corriente del hiperrealismo, da principio con los antecedentes de la tendencia pictórica en que manifiesta su indiscutible talento.

Considerado como una reacción de la tradición figurativa frente a los planteamientos no objetuales, conceptuales, abstractos, dadaístas etc., el hiperrealismo, que en su origen se denominó Sharp Focus Realism, se ubica en las llamadas “Segundas vanguardias” del siglo pasado, a fines de los sesenta, en Estados Unidos. Tuvo su centro de difusión en la Documenta de Kassel de 1972. Se caracteriza por traducir o interpretar, manera más verosímil y fidedigna, literal y fotográficamente, por medio de la técnica pictórica tradicional un espacio de la realidad.

Como otros hiperrealistas en la actualidad, Zesatti inicia la elaboración de sus creaciones mediante la captación fotográfica del modelo. Procedimiento añejo en la pintura, manejado entre otros por Guardi, Vermeer de Delft y Canaleto, que utilizaron con el mismo fin la cámara obscura, antecedente de la cámara fotográfica.

Pero esta labor no se trata de una mera reproducción mecánica de la realidad. Desde su comienzo, en la elección primigenia del espacio, del encuadre requerido, interviene la sensibilidad creadora del pintor; es decir su propio punto de vista que esa área de limites determinados se convertirá luego en el ámbito pictórico, desde donde los espectadores contemplaremos, a nuestra vez, la zona pintada en el cuadro concluido.

Los neoclásicos –desde los italianos del siglo XVI, hasta la obra del abate Batteaux, Les Breaux Arts réduits a un méme príncipe (1747)– partieron del mismo principio: el arte no tiene por qué reproducir la naturaleza de modo general e indiscriminado; tan sólo debe plasmar la belle natura; claro, con el criterio de belleza del artista.

No, el arte no es sólo una imitación, sino un descubrimiento de la realidad. El artífice es un descubridor de las formas de la naturaleza, lo mismo que el científico lo es de hechos o leyes naturales. Esta ha sido la misión de los grandes artistas de todos los tiempos y este ha sido el don especial del arte plástico.

Leonardo Da Vinci hablaba de la finalidad de la escultura y de la pintura en términos de saper vedere. Según él, el pintor y escultor son los grandes maestros del mundo visible, porque la percepción de las formas puras de las cosas, en modo alguno, es un don instintivo, un don de la naturaleza común a todos.

Según Alberto Durero, el verdadero don del artista consiste en “extraer” belleza de la naturaleza. “Pues verdaderamente el arte esta en la naturaleza y quien lo puede extraer , ése lo tiene”

Nuestra percepción estética contiene una variedad mucho mayor y pertenece a un orden mucho más complejo que nuestra percepción ordinaria.

La experiencia estética es incomparablemente más rica, está preñada de infinitas posibilidades. En los cuadros de Zesatti estas posibilidades se presentan, afloran, se actualizan: salen a la luz y toman una forma definida y definitiva.

Su arte nos recuerda que la belleza no es una propiedad o cualidad de las cosas mismas, sino que existe únicamente en el espíritu de quien las contempla.

La belleza orgánica de las plantas no es desde luego la misma que sentimos ante sus obras, los espectadores al contemplarlas nos damos perfecta cuenta de ello. Ahora vemos esas hojas de teléfonos y sus tallos trepadores; esos peces dorados en el estanque a través del agua que difunde su silueta, con los ojos que los ha visto el artista. Pues de él no es lo que llamamos una visión meramente objetiva, sino que la forma y el color han sido captados al tenor de su propio temperamento individual, que comparte con los espectadores al momento en que estos se enfrentan a su obra; ya no nos encontramos en la realidad inmediata de la cosas, hemos entrado al reino de las formas vivientes, en el ritmo del espacio, en la armonía y el contraste de los pigmentos, en el equilibrio de la luz y la sombra.

Zesatti no solo retrata o copia con pasmosa fidelidad un paisaje, unas rocas, las raíces de un manglar o las hojas de frutos de un platanar, también nos ofrece su fisonomía individual en su instante irrepetible que, como dice Gorostiza: “se enardece hasta la incandescencia.”

En Sueño místico, por ejemplo, Zesatti nos enseña a verdaderamente ver el carácter flexible y etéreo de ese arbusto tropical llamado Cola. de león. Ha enriquecido por ello nuestra experiencia al respecto; luego de verlo pintado por él, gozamos su belleza con mayor profundidad.

Ya Aristóteles, en su Poética, nos describía este goce, aunque mas bien como una experiencia teórica que no específicamente estética: “Aprender una cosa es el mayor de los placeres, no solo del filosofo sino también de todos los demás, por muy pequeña que sea su capacidad, la razón de nuestro gozo en ver la pintura es que, al mismo tiempo, uno está aprendiendo, captando el sentido de las cosas. “Zesatti, como todo artista digno de tal nombre, no puede pintar cosa alguna sin insuflarte se propia vida interior.

William Wordsworth describió en Preludio, del cual transcribimos un fragmento, este don, este poder peculiar:

 

A toda forma natural, rocas, frutos o flores,

a las mismas flores que cubren el camino

insufle vida moral; vi que sentían.

O las incline a algún sentimiento: la gran masa

queda bañada en un alma viva y todo

lo que yo veo respira con un sentido interior.

 

Salustio decía que el mundo es un objeto simbólico. Recuerdos, es el nombre de un cuadro de esta muestra, donde un tronco venerable surcado por gruesas y retorcidas columnas vegetales contrasta con la fragilidad de ramas delgadas que portan hojas lanceoladas, cuya notable variedad de matices de verde, acompañado por los colores que lo conforman: amarillos y azules, entreverados y luminosos, resalta sobre un fondo verdinegro. Este fragmento de la naturaleza, por el don del artista, se ha convertido en una imagen simbólica que no elude el amor de la memoria.

Con temática similar a la última y cercana exposición individual: El trópico y su barroca feracidad, sin una notoria transición en su desarrollo, salvo el perfeccionamiento y creciente dominio de sus recursos, Zesatti en la presente ofrece una atenuación en la vivacidad de sus pigmentos, ahora menos estridentes y mas tenues.

Otra novedad: por su reciente estancia en Xalapa, incorpora la evanescencia exquisita de una envolvente neblina, que otorga una atmósfera mágica y onírica a sus más flamantes cuadros, lo cual nos remite a un verso de José Lezama Lima: “La neblina de leves pisadas de gato al fin se detiene para dejarse definir.”

En la capital veracruzana realizó varios cuadros, entre ellos Sueños compartidos y Un sueño místico, cuyas notables cualidades los distinguen del conjunto, originados en emplazamientos del jardín botánico de aquella húmeda ciudad. El jardín es el ámbito en que la naturaleza aparece sometida, ordenada, seleccionada, cercada. Por eso constituye un símbolo de la consciencia, frente al inconsciente: la selva y su intrincada desmesura. Como la isla ante el océano, es a la vez un atributo femenino, por su carácter de recinto.

Las obras referidas ofrecen el calor como expresión de sentimiento y emoción, de elegancia y recato, son así mismo la conjunción de extremos, lugares exuberantes pero discretos; estanques de aparente serenidad que muestran lo que se quedo sin decir, y más fascinante aún, lo que no es evidente ni tangible: lo inefable. No en balde para Simonides la pintura es poesía muda y la poesía una pintura que habla.