Germaine Gómez Haro


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Germaine Gómez Haro

MELODÍAS DEL VIENTO

2016

 

Nada es menos real que el realismo.
Georgia O´Keeffe

En su Historia Natural, Plinio el Viejo escribió cómo el celebre pintor Zeuxis plasmó unas uvas con tanto realismo que los pájaros se acercaron a picotearlas. Los artistas de todas las épocas se han interesado por aprehender la realidad, ya sea alterándola radicalmente o reproduciéndola con fidelidad. El realismo, más allá de un concepto o de un estilo, es un método de representación que define el intento de recrear la realidad visible con la máxima cercanía a la naturaleza. Como consignó Plinio el Viejo, desde la Antigüedad se han registrado tendencias calificadas de realistas. Y al correr los siglos, contamos con innumerables ejemplos de pintores que nos han legado obras maestras de recreaciones fieles de la naturaleza. ¿Pero qué significa hoy, en pleno siglo XXI, reproducir en pintura con precisión el mundo natural? Con la aparición de la fotografía, se vaticinó el fin de la pintura. Y sobre todo, de la pintura de paisaje y el retrato. Amenazado por la creciente influencia de la fotografía, el pintor romántico francés Paul Delaroche sentenció: “Desde hoy la pintura está muerta”. Y hasta hace unos años, a pesar de la revitalización que las vanguardias imprimieron a la pintura, y del desarrollo de nuevas tendencias –entre ellas, el nuevo realismo y el hiperrealismo- se seguía vaticinando el sepelio de la pintura. Qué craso error. La pintura nunca ha muerto y con encendido vigor destaca en nuestros días entre el polifónico mosaico de las artes alternativas.

Ante los lienzos de Armando Zesatti, uno puede afirmar que la pintura está más viva que nunca. Artista autodidacta, su trayectoria es ejemplo de una dedicación asombrosa que refleja su pasión por el oficio. Excepcionalmente dotado en el dibujo, su primera incursión formal en la pintura fue en temas ecuestres con los que se dio a conocer y recibió una inesperada aceptación. Pero muy pronto cayó en la cuenta de que la figura humana o animal no era lo suyo. El paisaje lo atraía visceralmente y desde hace dos décadas se ha dedicado de lleno a explorar la naturaleza en sus más variadas manifestaciones. Siempre ha llamado mi atención el hecho de que en nuestro país, pese a la gran biodiversidad con la que contamos, actualmente el género paisajista está prácticamente en desuso. En el siglo XIX José María Velasco se erigió como el gran pintor de la belleza rural mexicana, al lado de los artistas viajeros que registraron con vocación documental nuestro país: Daniel Thomas Egerton, Johann Moritz Rugendas, Edouard Pingret, Claudio Linati, Jean Baptiste Louis Baron Gros, Federico Waldeck, entre otros. Dentro del amplio panorama de la primera mitad del siglo XX, prácticamente todos los artistas integraron el paisaje, de una u otra manera, a su léxico pictórico, pero pocos se dedicaron de lleno al género. Entre éstos tenemos a Joaquín Clausell, Gerardo Murillo Dr. Atl, y posteriormente a Feliciano Peña, Amador Lugo, Nicolás Moreno y Luis Nishizawa. Son contados los pintores mexicanos que destacan en la actualidad en el paisajismo tratado desde una perspectiva formal plenamente contemporánea. Pienso en Pedro Diego Alvarado y desde luego, en Armando Zesatti.

En Zesatti, la percepción del paisaje queda registrada en sus fotografías. El perfecto encuadre, la perfecta luz, el perfecto acercamiento. Pero en el paso de la fotografía al lienzo es donde se produce el milagro de su arte. Es ahí donde la pasión interviene para dar vida a la imagen quieta de la fotografía. Porque las pinturas de Zesatti tienen vida y expresan movimiento, aunque sea un movimiento detenido. Palpamos las gotas de rocío sobre las tersas hojas que están a punto de resbalar y caer; percibimos que las ramas en su coqueteo con el viento están a punto de perder sus hojas; intuimos que la erupción de las olas está a punto de hacerlas desaparecer… Sus escenas paisajistas son intimistas, porque nos hace sentirnos dentro del cuadro. La obra reunida en esta exhibición es –en su mayoría- resultado de su trabajo de los tres últimos años y coincide con su estancia en Valencia, España, donde ha residido en este lapso de tiempo. Como en exposiciones anteriores, se aprecia la libertad y destreza con las que maneja el paisaje más diverso: exuberantes plantas tropicales que destilan sensualidad; árboles frondosos cubiertos de espeso follaje o desprovistos de éste, su desnudez expuesta con elegancia; la monumentalidad escenográfica de las conformaciones rocosas que nos recuerda su vida milenaria. El elemento que ha ocupado su atención en los últimos tiempos es el agua. Pero ya no el agua quieta de los manglares o riachuelos, sino que ahora vemos con fascinación escenas de mares y playas que nos transportan del Pacífico al Mediterráneo a través de sus cambios lumínicos. Y de sus cambios de atmósfera. La intensidad del sol en ambas latitudes es diametralmente opuesta, y Zesatti la capta y la lleva al lienzo con una nueva combinación en su paleta. Lucha de corrientes evoca el instante detenido en el que las olas se arremolinan con tal brío que un estallido de espuma pareciera salir de la tela y salpicarnos. Una serie de blancos infinitos destellan es esa espuma nimbada de tenues pinceladas en rosas y violetas apenas perceptibles. En Punta rocosa el equilibrio y la armonía nos transportan a un mundo idílico, al paraíso arcadiano que sólo la buena pintura nos puede devolver.
Hay artistas como Picasso que huyen de un estilo definido: “Me muevo demasiado, cambio demasiado de sitio (…) por esto no tengo estilo”, decía el malagueño, cuya vasta obra recorrió todos los estilos imaginables sin ceñirse a uno solo. Zesatti funciona en sentido inverso y desde sus inicios optó por definir un estilo propio y plenamente reconocible que, con mucha determinación y una cierta obsesión, ha desarrollado poco a poco, siempre buscando la perfección en su expresión pictórica. Sus cuadros transmiten la serenidad de quien se interna en un bosque tropical o se sienta apacible a contemplar el mar. En sus pinturas recientes, el vaivén de las olas compone una música delicada que viaja en el tiempo y en el espacio a través de las melodías del viento. El ritmo intrínseco de la naturaleza produce su propia música. Armando Zesatti compone las melodías del viento con luz y color.
Germaine Gómez Haro