Martha Zamora


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Martha Zamora

Un paraíso cercano.

2008

 

La mirada transita lentamente, acaricia la tela,
se cubre de humedad. Nos movemos en
silencio en un manglar, quizá por la presencia
envolvente de la vida en este hábitat de
numerosas especies donde árboles retorcidos,
tolerantes a la sal, sumergen sus raíces en el
agua de las riberas y dan así protección a una
grandísima diversidad biológica.

Martha Zamora

Hay un ambiente de bruma en este cuadro de Zesatti en el que apela a la seducción, a absorbernos, más allá de los límites racionales, en un misterio que habla de soledad y de esperanza permeado por el perfume de los humedales. José Lezama Lima decía que “el paisaje es siempre diálogo, reducción de la naturaleza puesta a la altura del hombre”. Cambia la energía y, sin establecer límites a la comunicación entre el arte y el alma , se propicia una actitud de recogimiento, de serenidad interna, de respeto ante este ecosistema – tan protegido actualmente – con ele conocimiento de la función clave que ejerce ala alojar gran cantidad de organismos acuáticos, anfibios y terrestres a la vez que ofrece protección a las costas contra la erosión eólica. En medio de aguas tan quietas, tan vivas, de lianas y alguna que otra hoja verde, se implantan en el lienzo de Zesatti soluciones técnicas que ya no derivan de la información visual que aporta la fotografía.
Dice Max Scheler en El Porvenir del hombre: “Hay un solo fenómeno que provoca la descarga nerviosa del goce estético y es el ver reproducida en una obra de arte la imagen fiel de la realidad”. Armando Zesatti ha desarrollado durante años en su propuesta la apreciación espiritual del paisaje como un lugar ideal en la Tierra. Practica el paisajismo consciente de que se trata de una forma mayor de la expresión artística, imbuida de un conjunto de significados que el público poco a poco decodifica para extraer el impacto emotivo que hace inolvidable su trabajo. Los manglares de su tríptico monumental Rincón del Sureste (2.00 x 4.00 m. 2008) aun sin la puntualización del espacio que reproduce, nos remite a la costa de la península de Yucatán y a las zonas de reserva biológica de La Rivera Maya. Con experiencia de años, organiza el espacio plástico en cuadros que se sostienen dentro de una bella estructura en absoluto equilibrio. Los paisajes de Zesatti en su mayoría nos son panorámicos, se centran en un espacio próximo donde explora territorios, formas y lenguajes sin intentar imponer contenidos sino inducirnos al placer de la contemplación del espacio que él transporta al lienzo, a la condición poética de la naturaleza para hacerla imperecedera.
La pintura de paisajes como lago más que mera reproducción constituye un género con sus propios problemas, soluciones y aspiraciones que se presenta pronto en la historia del arte. Con la aparición del coleccionista de arte en el siglo XVI se considera que irrumpió la idea de la especialización e, influidos por antiguos informes sobre pintura decorativa de paisajes, burgueses y jerarcas italianos empezaron a ordenar cuadros campestres –tuvieran o no contenido narrativo- y a apreciar especialmente a pintores del norte de Europa por su capacidad de descripción detallada y dominio de la luz.
Cuando la Unión de Provincias Calvinistas se separó de España, se puso fin al patrocinio eclesiástico en los Países Bajos y se crearon mercados interiores para cuadros de corte patriótico y paisajes. El paisaje holandés, surgido en los siglos XVI y XVII, constituye uno de los periodos más brillantes y originales de la historia del arte europeo. Se caracteriza por su horizonte y deriva el impacto expresivo de cielos cargados de nubes y de la forma dramática en que aparecen las siluetas de motivos locales como molinos de viento, lanchas de pesca, árboles retorcidos y ganado. Constituye, junto a la pintura española de este período, la primera réplica significativa frente al ideal clásico del Renacimiento.
El paisaje pasa a ser un tema por sí mismo en la pintura del siglo XIX. El Romanticismo le atribuye a lo espontáneo un valor ético y la idea del buen salvaje corre paralela a la apreciación del paisaje natural que nada tiene de inhóspito o de amenazador. El arte pictórico holandés del Siglo de Oro ofreció la primera versión moderna del campo, transformando la idea del mundo rural medieval que lo concebía como un lugar eminentemente agrícola y liberando así a la tierra de su asociación con el trabajo al convertirla en un lugar placentero de diversión ocasional.
Tras la conquista española en Latinoamérica se fundaron pronto las academias de arte de San Carlos en México (1783) y de San Alejandro en Cuba (1818). A México llegan diversos extranjeros que pintan paisaje con gran éxito pero definitivamente es la figura de José María Velasco, nativo de Temascalcingo (1840-1912) quien constituye por sí mismo el ejemplo principal de esta disciplina con cuadros como El Valle de México (1873), Puente de Metlac (1881) o Vista de Querétaro (1902).
Quizá debido al perfeccionamiento de la fotografía , el género del paisaje cayó en el desinterés tanto del público como de los pintores y los críticos de arte a lo largo de varias décadas; se le consideraba un género anticuado, sin sentido, enterrado en los museos como lo inútilmente repetible y algo rancio.
En Cuba renace el género en la década de los setenta con Tomás Sánchez (Aguada de Pasajeros 1948) quien se dedica al tema en contra de la corriente artística prevalente en su país pero imbuido de particularidades que lo hacían único y e conferían un sentido diferente. Se apoya en el uso de la gramática del arte (línea, forma, color, textura, espacio y diseño) para comunicar visualmente una síntesis de la estética y el lenguaje que refleja su intensa vida interior. Es definitiva la influencia de Sánchez en casi todos los pintores de paisaje que le siguen en Latinoamérica.
En el panorama cubano contemporáneo, notable es la incursión reciente del Lester Campa (La Habana 1968) quien hace paisaje creativo y de memoria, sin apoyo fotográfico; curiosamente, existe también un pintor muy joven, Yussuan Remolina (La Habana 1983) quien sin conocer la obra de Armando Zesatti , podría pasar por su alumno en cuadros de paisaje cercano que elabora apoyando por fotografías tomadas en llanos circunvecinos a su hogar.

Bajo la protección de una familia integrada y solidaria compuesta por cinco hermanos (cuatro hombres y una mujer) y un padre dedicado, como varios otros miembros de la familia, a la venta de seguros, Armando Zesatti – el cuarto hijo- crece en un suburbio de la capital mexicana. Con la idea de seguir en el negocio familiar, cursa la carrera de Administración en su totalidad aunque no entrega tesis profesional, en la Universidad del Nuevo Mundo. Ahí mismo presentará su primera exposición heterogénea con marinas, bodegones y caballos.
La pintura que era su actividad de recreación poco a poco se transformó en carrera profesional pero no considera haber perdido el tiempo en los estudios administrativos “pues un cuadro es finalmente un producto al que se debe respaldar con mercadotecnia, con promoción, con estudios de localización de áreas sensibles o de concentración del cliente potencial. Hay muchas actividades paralelas que se deben realizar además de pintar propiamente”.
Pintaba entonces temas ecuestres así que buscó exhibir en el Jockey Club y esa colección fue un éxito de ventas. Buscaba lugares donde acudían los aficionados al deporte y vendía muy bien sus cuadros.
Durante una época de crisis económica en México pensó en abandonar la pintura y refugiarse en el negocio familiar pero antes de tres meses ya había regresado a la pintura. Disfrutaba ahora de un nuevo cambio: los recortes , cuadros con base de madera y pintura trabajados como trompe l’oeil. Lo mismo en chamarra con gancho de verdad que una bomba de agua ubicada en una calle transitada que ven diariamente todos los habitantes de La Herradura, el barrio donde creció Zesatti.
Luego vinieron los cuadros de repetición de formas tomando como imágenes lo mismo flores que pescados, juguetes infantiles o canastos. Composición perfecta, armonía y atinado manejo de la luz y las sombras son los puntos a resaltar en este período de transición.
“Aunque no parezca real a la luz de lo que constituye mi vida personal y profesional actualmente, en este periodo de mi vida – llegando a los treinta años- me sentía casi un fracasado. Mis padres me habían apoyado en todas y cada una de mis decisiones pero veía a mi alrededor hermanos y amigos con familia propia, con hijos, avanzando más que yo en sus carreras. Vivía aún con mi familia aunque había adquirido un departamento que permanecía inhabitado y tomé una drástica decisión: vendí todo, incluso mi automóvil, y me fui a Vancouver donde no logré vender pintura pero si recuperar la estabilidad emocional. Acepté que era introvertido y un poco tímido, vivía solo y … empecé a disfrutar mi soledad, mi independencia de soltero, nómada y libre”.
Pintaba en es entonces una variedad mayor de temas como palmeras con cocos, plátanos, playas abiertas y veleros. No vendía en Vancouver pero traía su pintura a México donde entregaba a consignación en varios espacios de exhibición.
Estamos acostumbrados a reconocer en los artistas aquellos impulsos autodestructivos que los llevan a trancos a la muerte. Hacen suya tempranamente una tendencia al caos y avanzan deprisa hacia su cita final sin conseguir acomodarse al sordo y monocorde dolor de estar vivos. Quizá también en el mundo artístico la jerarquía tiende a otorgarse a artistas que han cumplido su cuota de sufrimiento. Cuando se vive tan al filo de las cosas – única manera de vivir para casi todos ellos- resulta difícil sobrevivir a los extremos. Por otra parte, si se tienen dones extraordinarios parecería imposible vivir una vida ordinaria.
Es raro que Armando Zesatti viva sin altas dosis de irracionalidad aparentes; por el contrario, es un ser que vuela engañosamente quieto y nervioso como un colibrí; volcado hacia adentro, con un cierto elemento de vulnerabilidad, dedicado a transformar imágenes en poesía al desprenderse del mundo mientras pinta con pasión , con alegría, profundidad y sentimiento la obra que es una quintaesencia de él mismo en unidades ensoñadoras del verde.
Los entornos verdes que Zesatti pinta forman parte del paisaje cotidiano. Siempre han estado ahí, cerca de nosotros, formando parte de lo que nos es familiar y agradable.
Abstrae las formas hasta hacer una constricción geométrica como en Abanicos (2001) o nos introduce a un espacio que reconocemos como propio en Entre la vida y la muerte (2003), donde matas de plátano jóvenes esplenden en el verde mientras otras decaen en tonos amarillos que prefiguran el fin. Hay debilidad y hay fuerza, algo de sensualidad y algo de dolor en este cuadro de suave melancolía. Hace Zesatti con el pincel un prolijo inventario de esta sección de paraíso. Du universo vegetal lo abarca todo, el principio y el fin en ámbitos de suavidades y susurros.
Trabaja en un estudio minimalista perfectamente limpio, con una disciplina absoluta y durante largas sesiones de la mañana a ala noche, acompañado de varios tipos de música, lo mismo rock que los grandes clásicos. Avanza lentamente trabajando sobre telas de grandes formatos (1.50 x 2.00 m o 1.30 x 0.80 m. son medidas usuales) sumergido en una atareada soledad hasta quedar satisfecho de la solidez de su propuesta. Dentro de una aparente reiteración del tema, incorpora cambios sutiles que siguen su evolución como artista y nos lleva a desentrañar un discurso visual casi literario del que se desprende otro reflexivo que algo tiene de denuncia para hecernos responsables. Nos compromete y nos involucra por la fuerza única de su principal argumento: la belleza. Tres semanas le toma un cuadro de tamaño normal y cuatro meses uno monumental como el tríptico del manglar porque “siempre hay que darle el tiempo necesario a cada cuadro”. El desarrollo de su obra tiene vínculos definitivos con el hiperrealismo surgido en los Estados Unidos entre 1965 y 1970 para transportar al lienzo la vida con todo detalle mediante el uso de la cámara fotográfica como otro instrumento útil del proceso creativo.
Reconoce que, en la etapa del proyecto inicial del cuadro, podría tener ayuda que resolviera exclusivamente esta fase pero responde : “Soy obsesivo y reconozco que no sé delegar. Disfruto todos los procesos. Me parece que me ayudan a conocer mejor mi obra y a entender mejor las formas que lo integran. Este trabajo inicial constituye una especie de mapa del cuadro. Luego procedo a fondear con manchas en tonalidades oscuras y poco a poco voy superponiendo tonos más claros. Al final me gusta poner el negro y el blanco antes de aplicar el barniz protector. Muchos pintores no usan el negro porque consideran que crea un “hoyo visual”. Yo nunca le tuve miedo pero sí abusé del delineado de cada elemento de mi pintura, cada perfil de cada penca de maguey o cada hoja de plátano con pincel delgadísimo. Fue después de los cuadros de neblina que pinté luego de un viaje a Jalapa, Veracruz, cuando me quedó claro que no debería delinear todos los detalles de todos los planos sino sólo aquello que pertenece al primer plano”.
“Conozco –dice Zesatti- otras formas de llegar al mismo resultado como el trazo de una retícula. En una ocasión, visitando una de esas tiendas enormes de materiales para artistas que hay en los Estados Unidos, me llamó la atención que tuvieran disponibles proyectores que no sabía para qué los ofrecían precisamente ahí. Cuando supe su utilidad me pareció que con su empleo se desvirtuaba la parte romántica del arte, ese llevarte el caballete al campo como en la época de los impresionistas. Desde el principio de mi carrera me gustaba lucirme en el detalle. Entonces fue cuando recurrí al cuadriculado de la tela”.
La formación de una utodidacta como Zesatti requiere de mucha disciplina para ir aprendiendo la técnica conforme se avanza en la carrera como artista. Hubo temporadas en que vivió lejos de su sitio natal, en Puerto Vallarta, México, y en Vancouver, Canadá. Toda experiencia se incorpora al proceso de maduración como pintor.
Durante etapas tempranas de su ejercicio incursionó en talleres de pintura donde adquirió herramientas necesarias para el manejo de materiales que resultaron un buen complemento a sus esfuerzos en solitario. Toma fotografías digitales en muy diversos rumbos del país, lo mismo Jalapa y Coatepec que en Puerto Vallarta, Veracruz o Sayulita. Le atraen los jardines intocados por el humano que crecen espontáneos por doquier, incluso en la capital mexicana, la Ciudad de México, donde Zeastti nació el 8 de Abril de 1967. Pero no desdeña una buena imagen que provenga del camellón de una avenida transitada o de la barda de un jardín vecino.
Ante la atinada elección de títulos como Un poco de rosa en un sueño verde (2003), Alma gemela (2006), Puerta del sueño (2003), Ultimo sentimiento verde (2001), A la luz del verde (2001), o Pirotecnia (2004) se podía suponer que Zesatti es un lector asiduo pero no es así. Se confiesa lector de libros sobre pintores y gran aficionado al cien.
El cuadro llamado Pirotecnia es un ejemplo fuera de lo común en el lenguaje visual de Zesatti. Recrea la curva natural de los pastos iluminados que se elevan y caen en una planta pampas grass plumosa sobre fondo oscuro, irguiéndose con sensualidad entre la luz y la sombra, la levedad y la resistencia. Pocos elementos y un título nunca mejor adjudicado.
Su deseo de saber más sobre pintura lo mueve a leer sobre los impresionistas, su vida y su trayectoria. “El primer pintor mexicano que me impacta es Rafael Cauduro (1950). Por años fue mi inspiración. Luego vendría el español Santiago Carbonell (1960) y otros hiperrealistas como el chileno Claudio Bravo (1936) o el mexicano Arturo Rivera (1945). Entre los americanos, Andrew Wyeth (1917), el South West Art y el Pop Art. Hubo un tiempo en que me gustó mucho el español Salvador Dalí (1904-1989) aunque creo que antes me gustaba más que ahora”.
El tema primordial de su búsqueda individual como pintor es la naturaleza sin presencia humana. Considera que “la conclusión de una figura humana distrae y desvirtua el mensaje de mi obra”. Hay una manifiesta preferencia por las plantas verdes como las palmas o las matas de banana pero eventualmente aparecen flores como en Heliconia (2000) o Lirios II (2000). Temas diversos como volcanes o los peces de Piscis (2006) sorprenden, junto al reflejo de una luz dorada sobre agua en movimiento en el cuadro abstracto Atardecer (2005). “Exteriorizo solamente una parte del paisaje ideal que llevo en mi interior: En el selecciono y transformo la naturaleza para representarla de un modo personal”.
En una entrevista a Zesatti realizada para la publicación del primero libro sobre su obra (2002), afirmaba que dos temas le parecían aquellos a los que se encaminaría su obra en el futuro: agua y el cielo. El agua aparece ya en varios de sus cuadros en estanques, aguas quietas en manglares y en acercamientos como las rocas en las playas de Sayulita (2006) o de aguas transparentes que cubren piedras pulidas por l a corriente como en los cuadros recientes Poza Reina (2007) y Ya está empezando a llover (2007).
La llegada del agua, su transparencia y su frescura, inundó la obra de Armando Zesatti en los últimos años. Con gran dominio de la técnica reproduce el reflejo de las plantas como en la obra en verdes Encuentro abstracto (2006), o en contraste maravilloso de las piedras cafés y el azul intenso del agua en Poza Reina y Sayulita que transpiran quietud, frescura, recuerdos de vacaciones donde uno se aburría ligeramente frente al mar.
Lleva un poco más allá su destreza plástica en el cuadro Ya está empezando a llover (2007) con el manejo experto de la transparencia del agua marcada por las huellas de las gotas de lluvia y los volúmenes brillantes de las piedras.
Quedan ahora pendientes los cielos.
En el futuro Armando Zesatti espera dedicarse a buscar cenotes (cavidad subterránea en cuyo fondo hay agua, prevalentes en el suelo calcáreo de la península de Yuactán) y a pintar cielos. “Buscaré formaciones de nubes que me lleven a pintar cuadros bellos”. Aquel que no encuentra placer en lo que hace no puede pretender que el producto de su esfuerzo sea disfrutado por otro. Este pintor disfruta del proceso de pintar y de la emoción que le causa. Toda su pintura es un reflejo de un enfoque optimista ante la vida.
Como las tribus árabes nómadas extienden sus alfombras floridas sobre la arena y con ello disfrutan de un jardín privado portátil, su paraíso, Zesatti nos trae a los ámbitos encerrados dentro de zonas urbanas conflictivas y ruidosas un horizonte de verdes, de aguas claras y de trópico. Para él incluso los nubarrones no son sino presagio de lluvias vivificadoras.