Dra. Teresa del Conde
Zesatti. Ilusionismo y realidad
2001
El pintor Armando Zesatti se declara autodidacta. Lo es hasta cierto punto si se toma en cuenta que si bien no asistió a las academias de arte en cursos curriculares, si se benefició del entrenamiento, principalmente técnico que le proporcionaron diversos maestros. A eso se ha sumado una tenacidad a toda prueba que redunda en un impecable manejo del oficio que practica. Según sus propias palabras, ha querido ver la pintura “como una forma de vida” y a ello dedica sus empeños. Su pintura tiene que ver con el oficio que idealmente debería domeñar cualquier pintor: la capacidad de crear una realidad donde antes no existía sino una tela vacía, y tiene que ver también con el encuadre fotográfico, pues al igual que otros artistas actuales como Richard Estes, Rafael Cauduro o José Castro Leñero, él se ha valido de la fotografía para armar sus composiciones, al igual de que artistas del pasado: Vermeer de Delft, el Canaletto o Guardi, utilizaron lo que en sus respectivas épocas tenían a la mano: la cámara obscura.
El conjunto de pinturas que ahora presenta corresponde a un hilo conductor: la vegetación tropical o semitropical. En etapas anteriores exploró el paisaje desértico logrando muy sutiles combinaciones. Ahora es la exaltación del verdor el tema por antonomasia de lo que propone.
“Me tranquiliza bastante el verde… No toda la vida es bella, pero pintar los verdes es terapéutico…Cuando el cielo es gris, pinto, pero me tardo más… No podría pintar temas deprimentes”.
En cierta ocasión Paul Gauguin (1848-1903), cuyos diarios son mucho menos conocidos que las cartas de Van Gogh, confeso lo siguiente. “Donde quiera que vaya, necesito que transcurra un cierto periodo de incubación que me permita aprender cada vez la esencia de las plantas y de los árboles de cualquier naturaleza. En suma: no me entregan al entendimiento con facilidad…”Su actitud resultó “natural” en un pintor que amó la naturaleza. Gauguin huyó de los mares del sur por razones más sensitivas y sensuales que idealistas, fue ambicioso del color, “de lo lujurioso, de la alegría soleada”, transcribe Herbert Read en los párrafos que le dedica en su libro The Meaning of Art.
Gauguin no tiene nada que ver estilísticamente con el joven pintor objeto de este texto. Es más, ni siquiera se si el ha reparado en su pintura o ha asimilado el especial énfasis que puso el francés en simbolizar, ya estuviera en Pont Auven o en Tahití, a través de la estilización. No obstante, con todo y la distancia que los separa, ofrecen un curioso vinculo. Yo lo definiría como el apetito por la clorofila (la palabra del griego, klorós, que quiere decir verde, y recordemos que las plantas son verdes por la luz, que es necesaria para la producción de la clorofila).
Por razones fisicoquímicas, el verde intenso de los paisajes es propio de parajes soleados y también húmedos. La serie de pinturas aquí ilustradas ofrecen todas esa condición. Baste mencionar las mayormente verdes, como Trópico tríptico, Entre luces verdes o La palma.
Eso no quiere decir que el verde, color compuesto, sea el pigmento que campea por autonomasia, ya diré después por qué sucede esto. Sin embargo, es lo que vemos en las pinturas, pues las superficies cromáticas más insistentes en estos paisajes (o fragmentos del paisaje) se corresponden con ese color. Pero insisto, el pintor ha debido introducir muchos otros pigmentos, y no me estoy refiriendo al amarillo de los cocotales o al azul del cielo.
Ya insinué que el verde no es un color primario. Pero yo podría preguntarme en este momento: ¿cómo es que en estos cuadros sí resulta serlo? La respuesta podría ser la siguiente: por que no lo vemos como lo que es en su aspecto, digámosle, material. Una mezcla de azul con amarillo. De modo que lo vemos como yo veo en este momento el verdor de la hiedra que trepa por la barda vecina, de un tono distinto al de los helechos desbordando dela maceta a la cual le cae la luz directamente. Tales verdes no son percibidos por el ojo como pasos intermedios entre el azul y el amarillo. La sensación es simplemente “verde”, un verde más obscuro contra otro que se corresponde aproximadamente con el color del pasto inglés. Estoy hablando de sensaciones, y si no hubiera luz, tampoco habría contraste entre esos distintos tonos de verde.
Un color “brilla” en su entorno (Eine Farbe ‘Leuchtet’ éneiner Umgebung) , asentó Ludwing Wittgenstein en sus observaciones sobre el color. Así sucede con los bordes, o con varias de las hojas del maguey perceptibles en el paisaje Cielo y tierra o con las zonas más iluminadas que ostentan los cocos en la pintura del mismo nombre.
¿Qué sucede, pues con estos cuadros? Son como ventanas, hay zonas más brillantes que otras, porque sólo así, mediante el empleo de luces y sombras puede lograrse la sensación de volumen, de profundidad, de planos anteroposteriores o de inmediatez (Fantasía verde es un buen ejemplo de esto último) que el pintor ha elegido como motivos de representación.
Si bien Armando Zesatti ha practicado el trampantojo, es decir, el trompé l’oeil con todas sus consecuencias, en obras anteriores realizadas. Estas pinturas no obedecen exactamente a tal condición. Con eso quiero decir que con ellas no sucede lo mismo que acontece cuando vemos, por ejemplo, algunos cuadros de Cornelius Gijsbrechts, aquel pintor que trabajo en la corte de Dinamarca durante el siglo XVII. El si se propuso engañar al ojo, incluso adelantándose siglos a su tiempo al formular la representación del envés de un cuadro ( es decir, del bastidor, con su numero de catalogación), que colocado contra un muro, provocaba a quien lo viera la moción de voltearlo para ver de qué cuadro se trataba. Quien eso hacia se encontraba exactamente con lo mismo, es decir, con el bastidor real.
Juegos ilusionistas como ése existen a lo largo de toda la historia del arte, pero fueron los holandeses quienes más lejos llegaron en la habilidad de engañar al ojo, aunque antecedidos por el pintor que formuló las taraceas del studiolo del duque de Montefeltro en Urbino, a finales del siglo XV (se supone que fue Boticelli, pero no hay datos seguros al respecto) ¿Qué podemos deducir de todo eso? Que la ilusión realmente en trampantojos, ideando una ventana simulada a la que se le adhiere la tela, el “juego” hubiera tomado otra dimensión. No lo hizo, y creo que actuó de manera sensata al delimitar firmemente sus telas, presentándolas como lo que son: cuadros que tiene incluso un marco. El único tampantojo presente en esta publicación es la fotografía del pintor. Su autor hizo la toma haciéndolo posar de espaldas a uno de sus cuadros. Quien mira la fotografía puede pensar que se corresponde con el sitio real donde se encontraba esa palmera , pero no es así. De tal modo que también la fotografía, un arte tan autónomo como cualquier otro, se permite esas libertades.
Antes dije que este pintor emplea muchos colores para sacar el predominio del verde, me propongo explicar brevemente por qué eso tiene que ser así. Para que el verdor de los juncos y de los nenúfares (o del chichicaxtle, según nos guste llamarlo) aparezca tan vivido en la pintura titulada Espejo en verde, él ha tenido que utilizar mucho amarillo, bastante blanco, ocres, sienas, con objeto de destacar las partes más verdes. No sólo eso. El ultramarino y el carmín oscuro están presentes en las partes donde no hay luz, es decir, en las oquedades. Y para el juego de reflejos en la sección inferior ha requerido de matizar al máximo colores como azul cerúleo, el marrón, las tierras de sombra; de lo contrario, la presencia del agua no hubiera quedado representada.
Observemos otro ejemplo: en Abanicos verdes el color, aunque asoleado en el sentido de que “percibimos” que a esas hojas en forma de púas les cae una luz casi cenital, la formulación de la paleta ha requerido muy posiblemente de dosis considerables de azul, porque el color de esas plantas, que es mate, y su misma textura, así lo requiere.
Armando Zesatti quiere dar la impresión de realidades que ha visto y vivido. No necesariamente en México, su país de origen, aunque también allí. Varios de estos cuadros fueron pintados en Miami, otros en Veracruz (los cocos, sobretodo), el manglar proviene de un jardín botánico por el cual discurre un riachuelo. Su actitud es, pues, la de veneración ante lo que mira y vive, sea donde sea. En cierto modo es un pintor ecologista a pesar de no habérselo propuesto en forma consciente.
Armando Zesatti nació el 8 de abril de 1967 en la ciudad de México. Se vio tentado a estudiar inicialmente diseño, pero siguiendo requerimientos familiares, optó por cursar la carrera de administración, misma que según opina el artista y neólogo Felipe Ehrenberg debería, si bien por lapsos, todos los pintores que desean vivir de su arte, cualquiera que éste sea, pero siempre y cuando se trate de artistas que han hecho su quehacer una profesión y una entrega de por vida. Zesatti vivió una temporada larga en Vancouver, donde afinó su propuesta. Después regreso a México y viajó por varios estados de la República, incluyendo Michoacán y Guanajuato.
La carrera de administración le ha servido para un propósito que le es primordial. Administra su tiempo de tal manera que puede dedicarse diez horas al día o más, a pintar. Eso, en sí, habla de su absoluta vocación. Este joven pintor ha encontrado ya una importante aceptación entre coleccionistas de diferentes latitudes.