Volver a Mirar


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VOLVER A MIRAR

Nuevos abordajes del paisaje

Juan Carlos Pereda

Los hechos se convierten en arte

por medio del amor, que los unifica y los alza

hasta un plano de realidad más elevada;

en el paisaje este amor que lo abraza todo está expresado por la luz.

Kenneth Clark, El arte del paisaje, 1949.

Armando Zesatti ha dotado a la pintura de paisaje de un carácter especial, que al tiempo de dar continuidad a su origen, noble y antiguo, heredado de la larga tradición de ese género pictórico, también atiende a su voluntad de pertenecer de lleno a su tiempo, por lo que su pintura eminentemente arcádica presenta edenes y paraísos terrenales en los que también han cabido consideraciones distópicas que problematizan, si se quiere, esa belleza perfecta.

Los paisajes de Zesatti tienen la virtud de transportarnos a los entornos naturales, alejados de lo urbano, sitio en que habitualmente podríamos ver su obra. En sus cuadros hay una poderosa evocación de la naturaleza, tamizada por un nítido sentimiento poético que simultáneamente nos acerca también a una realidad inundada de luz, edénica y silenciosa, en la que no hay referencia del paso del tiempo.

Hay en la pintura de este artista condiciones para que su público pueda evocar de una manera realista las virtudes y bondades de fragmentos del mundo que ha elegido, como ocurre en la obra monumental titulada: Rincón del Sureste, 2008 (pp. 42 y 43); en la que con gran talento y sensibilidad para captar la luz, los colores, las formas y las atmósferas Zesatti recrea el paisaje para convertir estos elementos en un regalo para la vista.

La amplitud y profundidad de su propuesta estética rebasa la sola inquietud documental, la científica y el mero afán ecologista para convertir su mirada en un poema visual, en una obra de arte.

En la mayoría de los cuadros de Zesatti hay un apego por las formas y colores de lo real, asociado a un cierto sentido de lo clásico, que lo lleva a enfatizar las estructuras visuales que subyacen en la realidad observada para, con un dibujo nítido, de fina pincelada, de búsqueda de colores y matices, crear luego una nueva forma de realismo poético, que se confronta con la mirada de la realidad fotográfica, para superarla y convertirla en arte. El pintor une así la exploración del misterio de la creación artística con el enfrentamiento de la naturaleza.

Hasta aquí, las obras de Zesatti pertenecen a una tradición, que en su devenir ha sido académica, pero también revolucionaria, y en sus manos entonces comienza a tornarse en una propuesta propia, cargada de varias de sus inquietudes contemporáneas; por decisión propia, su paisaje se vuelve un hermoso escenario que es también distopia; ahí la figura humana sólo está aludida por la intensa mirada de la selección del fragmento de paisaje que elije, para protagonizar cada lienzo.

La potente plasticidad de Zesatti se manifiesta en el descubrimiento, lo mismo de horizontes amplios, como en Viajando en tren, 2016 (p. 10), que en fragmentos del paisaje y su traducción a un lenguaje plástico como en los cuadros donde se delinean encuadres de frondas de árboles y plantas, que representan la mayoría de las obras de este artista.

Las formas, las texturas, los colores y la posibilidad de su transformación a formas artísticas, crean una tensión entre lo técnico y lo espiritual que sólo se revela en cada fragmento de sus cuadros, a quien los mire con atención. En la obra de Zesatti existe un umbral virtual que se incluye dentro del cuadro. Cada encuadre de un paisaje plantea una interrogante sobre la percepción de una realidad mimética y la complejidad de la creación artística, la relación entre la realidad observada y la obra de arte, entre la recreación y la nostalgia de la evocación de sensaciones que subyacen bajo esa realidad recreada como se muestra en Lloviendo en las barrancas, 2010 (p. 52).

Cada pintor sigue inclinaciones poderosas que se mantienen y que al mismo tiempo se transforman de un cuadro a otro. Armando Zesatti tiende a pintar la naturaleza. Crea visiones de la naturaleza a través de paisajes seccionados, que su mirada ha editado de una escena más amplia, centra sus intereses en fragmentos de aquellos elementos que elige su ánimo; esos fragmentos unidos constituyen la paradisiaca geografía de lugares que casi pueden ser de cualquier parte del mundo.

El arte de Zesatti no sólo es ecologista, no se puede reducir a eso su mirada, que busca la belleza deshabitada de sus cuadros, sino que tiene la virtud de situar al espectador frente a esos lugares que perecen fragmentos del edén. El pintor vuelve accesible para nosotros la experiencia de una singularidad que sólo se lograría en un viaje a lugares lejanos. En cada escena, Zesatti nos regala una experiencia que ocurre sin testigos; cada cuadro es sólo para cada uno de nosotros, al tiempo que lo es para los demás.

El pintor coloca ante nuestra mirada la naturaleza, esas piedras ciclópeas, Pared de piedras, 2010 (pp. 48-49), los árboles, las plantas, los ríos y mares que hemos visto antes sin prestarles atención, ahora transformados en una reflexión estética que sin embargo no ha perdido su vitalidad natural. Zesatti ha encontrado en ellas el secreto de una cierta perfección, de un disfrute contemplativo casi utópico convertido en paisaje simultáneo de la naturaleza y de la emoción dilatadamente detenida, de una mirada escrutadora, atenta, que nos invita a volver a mirar (Se está haciendo tarde, 2015 (pp. 28-29).

En la obra de Zesatti no hay contaminación, ni efectos invernadero, sino un clima nítido propiciado por la luminosidad de la luz inédita del amanecer, una luminosidad nueva, que no ha sido usada, virgen. Junta de palmeras, 2016 (p. 12). Esa luz alumbra los suaves vientos frescos, que han movido los árboles, las plantas, las hojas y que han quedado detenidos en sus escenas, para luego acariciar nuestra piel cuando estamos ante ellos.

Con esto quiero decir que la pintura de Zesatti no es sólo para los ojos, sino para todos los sentidos, sus cuadros poseen esa cualidad que logran los artistas más talentosos: el llamado a otros sentidos, que nos ayudan a disfrutar esas visiones detenidas para ser ofrecidas a esa segunda mirada, más atenta, más demorada.

Viendo sus cuadros, esas escenas apaciguadas y detenidas en el tiempo, se instala en nosotros el poder maravilloso de la sinestesia, para invitarnos a escuchar los murmullos del mar, para evocar las atmósferas y sentir las temperaturas que envuelven sus paisajes.

En las mañanas que transcurren en las pinturas de Zesatti, el milagro ocurre más allá de la isla matinal reinventada por el pintor, más allá de ese paraíso creado en un estudio, con el recuerdo de una naturaleza perfecta y edénica, el cuadro nos provee de un refugio, que se abre en un luminoso medio día de silencio, en esa fracción del pausado espectáculo incesante del mundo que el artista ha captado para nuestros ojos y que se ofertan a nuestros demás sentidos.

Armando Zesatti trabaja contrastando la fugacidad de la luz, con su reflejo en cada fragmento de la naturaleza y una curiosidad maravillada por la belleza y variedad del mundo, que descubre en el todo y en cada fragmento. Es un artista al que mueve el fervor doble, por las cosas visibles y por el oficio de representarlas, con una complejidad, como de pintura abstracta, que expresa su capacidad de fijar el movimiento de un fluido.

Su color se vuelve más rico de matices mientras más se mira cada lienzo. La mirada curiosa, escrutadora, descubre más detalles de los vistos en primera instancia con volver a mirar la naturaleza a través del arte.

Cuando uno ve un cuadro de Zesatti se experimentan las sensaciones de haber ingresado en él, de estar rodeado como por un campo magnético en el que ocurren sensaciones ajenas a la vista. Por ejemplo, en algunos cuadros se oyen los sutiles murmullos de la naturaleza, se perciben las temperaturas de esas piedras monumentales que reciben los rayos calcinantes del sol y luego la brisa húmeda del mar; el cuerpo experimenta las temperaturas tibias de una playa o las templadas y frías de los bosques. La experiencia de ver una obra de este pintor tendrá lugar, lógicamente, en una galería, en un museo o en el salón de una casa, y se nos presenta como una experiencia de haber vuelto a la naturaleza estando en un lugar ajeno a ella. (Horizonte frío, 2010, p.61).

La obra de Zesatti tiene un doble poder de evocación que nos permite una manera de volver a mirar. Presentes pero lejanos, visibles e inalcanzables, los paisajes de Zesatti nos invitan, tersa, dilatadamente, a volver a mirar la naturaleza.